NUESTROS DÍAS CON MARIO

En todos los grandes hombres de ciencia existe el soplo de la fantasía.

                       Giovanni Papini

         Ya notaba sus primeras pataditas. Mario y yo habíamos alcanzado el cuarto mes de gestación. Lejos quedaron los meses de nauseas en la que tu, amor, venías solícito a cuidarme con esa ternura propia de ti. Con esa atención por tu hijo tan amado y deseado todos estas largos años.... Y al fin hemos visto cumplido nuestro sueño, esa quimera que se nos hacía imposible, que se resistía a la realidad.

Te gusta poner tu mano en mi regazo, sentir cómo se mueve. Cómo se alegra de tu contacto, del amor que transmites en ella.

Tendrá unas manos grandes como tu, pero mientras crece, las tuyas serán su protección, nuestra protección. Cuando me haces el amor, noto ese especial cuidado que pones sabiendo que él está ahí, que nada lo dañe, que nada lo turbe.

¡Sí!, ya sé, quieres estar presente en el parto. Los meses transcurren rápidos y hay que prepararlo todo. De un momento a otro avisará que quiere salir, que ya ansía conocerte, amor mío.

Su llanto... unos fuertes pulmones anunciaban que nuestra nueva vida acababa de comenzar. Su sueño sería nuestro anhelo.

Hoy me ha parecido oírle decir papá. Ha sido un pequeño balbuceo que me ha llenado de emoción, que me ha cegado los ojos por las lágrimas al ver cómo girabas la cabeza. Pude sentir que tu también lo escuchaste y te identificaste con ese sonido, el primero inteligible que sale de su diminuta garganta. -¡Papapapapá!- te ha mirado con orgullo y mientras lo pronunciaba hacía palmas queriendo llamar aun más la atención hacia él. Al fin había podido decir ese sonido con el que él identificaba a quien tanto admiraba.... -¡papá!-

Unas abundantes babas anunciaban la llegada de su primer diente. Nos dolía con él, y tu me presionabas para que pusiera más empeño en aliviarle ese posible dolor que él no sabía expresar más allá del llanto. Y lo cogías en tus brazos con tus fuertes manos que tanto amo, y lo mecías en ellos con la seguridad de un protector, y le hacías reír. Después comenzabas con una de esas canciones que nos transportaba a un sueño reparador y así, muy quedo, te marchabas a tu trabajo dejándonos llenos de amor y confianza en ti.

Salí corriendo a buscarte. Te ibas a marchar a tu deber cotidiano cuando él se atrevió a afrontar ese vértigo que le causaba la indecisión de cruzar el trayecto que separa la mesa del sofá. Fueron solo tres pasos que se me hicieron interminables por la emoción del comienzo de otra nueva etapa de su vida. Lo hemos vivido juntos. Por suerte, todos y cada uno de los momentos de su corta vida los hemos pasado los tres juntos. Hemos disfrutado de esos instantes entrañables, tan importantes para su desarrollo.

             

Su primer día de colegio.... nuestra primera separación. Has querido estar presente. Te resistes a dejarlo. Él no lloraba, ya estaba acostumbrado a jugar con los otros niños. Cada día lo llevábamos al parque a compartir con ellos mientras nosotros le prestábamos toda nuestra atención.

Pero en nuestros ojos sí había lágrimas, era nuestra primera separación de él y se nos haría muy largo este día de colegio. Este primer día de su nueva vida, de su camino hacia el futuro....

Y nos volvimos a casa abrazados y besándonos llenos de una extraña sensación de tristeza y felicidad.

En esta ardua tarea de la vida hemos ido de sobresalto en sobresalto intentando deshacer tantos giros confusos que nos entorpecían el camino de nuestra labor, y siempre nos quedaba esa duda de si habíamos escogido la bifurcación correcta.

Ahora estamos en el buen camino y ya nada nos apartará de él.

(Con todo mi amor para ti...)

                                                                            

volver a relatos