DIARIO DE ABORDO

Soledad . Es un  sabor ácido  del
cual unos pocos  se enamoran.
ÁNGEL RAMA

Este relato fue seleccionado por la emisora m80radio (www.m80radio.com) para ser emitido en su programa "cuento contigo" el día 02-12-2001 y cuya presentación corrió a cargo de la misma autora. Desde aquí doy las gracias a dicha emisora.   VER PRESENTACIÓN               

Un día cualquiera, de las vacaciones de Lara, en agosto del año del Señor, 2000. Vueltas inquietas en la cama, alargo el brazo, un poco más... ¡nadie!, no hay nadie, ha sido un sueño. Por mucho que alargues el brazo, estás sola Lara. ¿Pero no recuerdas que, hasta en los tiempos en que había alguien al otro lado, también estabas sola?. Oigo los animales de la noche, tal vez están marchándose a sus madrigueras. ¿Un mochuelo?, más tímido que los anteriores, ya me había parecido oírlo en otros días, (lo comenté con mi hermano cuando vino, él también lo escuchó), tal vez sea algún hijo, o alguna otra familia que ha venido a tomar posesión del terreno. Me pongo contenta. Por las rendijas de la persiana adivino que comienza el crepúsculo matutino. -Si sigues lamentándote de tu soledad y no te levantas perderás un nuevo amanecer-, (me digo a modo de consuelo). Doy un salto, me protejo con alguna camiseta, hace fresquito, salgo a la terraza provista de prismáticos, hay un cometa que está pasando estos días al que no se le puede ver a simple vista, por más que me he orientado hacía el noroeste y a la izquierda de la Osa Mayor y bajo ella, un poco más arriba del horizonte y nada, venga a mover los prismáticos todos los días, antes del amanecer, y no he logrado verlo. Hago un poco de gimnasia y algunos ejercicios de Tai Chi, (los pocos que recuerdo y los demás me los invento sobre la marcha). Hablo un rato con Dios donde quiera que esté y cualquier acepción que le guste llamarse. Veo algunos conejos (¿otra vez?, ¡a ver si van a ser una plaga para la huerta!). He de darme prisa, tengo que coger una bolsa y un bastón que me protege y me ayuda para la recolecta de higos. Bajo, miro el reloj, a penas son las seis de la mañana. Salgo al porche, respiro todo el aroma del jazminero y demás aromas de la tierra y me dispongo a caminar hasta el límite oeste, que es el lugar más alto y desde donde primero se ve el sol, por el camino voy estudiando las huellas dejadas la noche que está a punto de terminar, por los distintos animales que han venido a visitar las tierras, (la valla es solo metálica, de tal forma que no se le impide el paso a los pequeños animales que gusten venir, ya que pueden escarbar hasta dar cabida a su cuerpo). Así entre un entretenimiento y otro, se aproxima la hora del milagro de cada día, LA SALIDA DEL SOL, EL COMIENZO DE UN NUEVO DÍA, ¡UNA NUEVA ESPERANZA!. Llego a lo más alto, miro para no perderme detalle y poco a poco ....¡ al fin!... allí está, esa bola naranja que nos da la vida, que va subiendo con parsimonia majestuosa. No me canso de mirar, hasta que me avisa que es hora de dejar de hacerlo, su brillo es demasiado fuerte. Comienzo el protocolo de la recolecta de higos, solo los suficientes para el día, las hurracas y otros pajarillos también gustan de ellos, así que los compartimos. Bajo dando una vuelta por todas las higueras: negros, blanquecinos, pajareros, perolasos, etc. ¡A cual más bueno!. Me preparo café, unas tostadas de un buen pan con aceite, e higos, muchos higos. Lo dispongo todo en el porche y me preparo para dar buena cuenta de ello, acompañada de los pájaros que vienen a comerse los brotes de los naranjos, muchas clases de pájaros, de vez en cuando les llamo la atención, ¡ya se que estarán buenos!, pero no nos van a dejar ni uno, y tienen que compartirlos. Y entre higo e higo, miro al frente y como cada día desde que estoy aquí, veo el espectáculo fantástico del vuelo de una garza enorme, a pocos metros de mi, viene de una balsa situada un poco más al oeste y se dirige a otra más al este. El cuello largo en forma de ESE, color marrón, un pico no demasiado largo, y unas largas patas. No tenía prisa en llegar, sus grandes alas las batía con tranquilidad, pausadamente; lo que me proporcionaba el placer de contemplarla durante un largo rato. Salgo del recinto y doy un paseo por los límites de los otros bancales que no están vallados, hay muchas clases de plantas y cada día te ofrecen algo nuevo, una flor, un fruto. Conviene que nos vean por allí, es una forma de intimidar a los amigos de lo ajeno. Hay que hacer faenas, quitar hierbas de los árboles, sobretodo de los naranjos (no usamos ningún producto químico, todo es ecológico, natural, por eso vienen tantas aves), cavar un poco la tierra, hacer un columpio para mi nieto (para cuando venga), vuelta por los bancales para recoger basura tirada por desaprensivos, pintar el muro exterior, el porche y el aljibe...etc., estudiar donde voy a poner un trozo de huerta para ir preparando el terreno y plantar en Septiembre. También hay que rociar un poco todo el rededor de la casa, para limpiarlo. Así que cojo la manguera y voy regando a modo de barrida;  al aproximarme a unas cajas con leña y darles una buena rociada.... sale un alacrán mucho más grande que el de la otra vez, era increíble, parecía una langosta en pequeño -¿estarán buenos?-, se vino para mi, (me lo tengo merecido por molestarlo), con los brazos abiertos y las pinzas en posición de amenazante, aguijón en alto. Y, como me seguía, me lo llevé al centro, calculando para que me diera tiempo de ir por un bote antes de que tuviese tiempo de esconderse. Lo logré, lo tuve en el bote como la otra vez. Pensaba, "¿que le voy a decir a Maremoto si lo mato?. Pero. ¿como lo voy a dejar libre?, es peligroso. Y si me lo llevo, -como ella me sugirió-, a otro sitio, al final acabará volviendo"; no sé, no me quedaba tranquila. Así que, ¡amiga mía! , esta vez al menos sirve para contemplarlo. Lo he metido en un bote con alcohol, para que lo puedan ver todos y tengan cuidado. Cuando lo vieron mis hermanos, dijeron que si no lo llegan a ver, no se hubiesen creído lo grande que era. El sol ya está fuerte, es hora de hacer un alto, pienso qué voy a comer, decido algo rápido que no me ocupe tiempo (me gusta estar fuera, en el exterior), me reclino en la tumbona, pies en alto y al fresco del porche, una musica bajita, que no me prive de los sonidos del campo, y lectura de un libro. En esta posición y con el relax, me da un poco de sueño, duermo un ratito, intento relajarme, lo consigo, casi no siento el cuerpo, ¡floto!. Vuelvo un poco a la civilización oyendo las noticias mientras como. Descanso un poco la siesta, nuevamente en el porche, recostada en la tumbona. Siesta que dura hasta aproximadamente las 5 1/4, hora en la que me dispongo acudir, como el que no quiere la cosa, a la cita que tengo para un "hola y adiós", con unos ingleses que puntualmente como les caracteriza, dan su paseo diario, que transcurre delante de la valla, en la que yo a modo de disimulo, riego mis enredaderas y desde que enfilan el principio de aquella, ya los veo sacar un poco la cabeza a ver si me encuentro allí, acto al que yo no quito ojo e incluso percibo como moderan el paso al aproximarse y al unísono levantamos el brazo a la vez que pronunciamos un ... -¡hello!- ellos, y un -¡adiós!- yo. Parecen un padre y un hijo de una edad aproximada a la mía (el padre), y de la de mis hijos, (el otro). De presencia ... ¡buenísimos!, altos y delgados, piel blanca y rojita por el sol, rubios, ojos azules, se protegen la cabeza con una camiseta a modo de sombrero, lo que les da un aspecto exótico, buen porte, y se les nota educación. Viven en alguno de los cortijos cercanos que se divisan a unos 700 mts. o más, nunca va ninguna "inglesa" con ellos. En los próximos días, que pase aquí, voy a ver si indago algo más sobre ellos. Y así transcurre mi tarde entre otras faenas hortícolas, hasta que una hora antes de la caída del sol, cuando ya no calienta, vuelvo a acercarme a la valla y esta vez si es para regar las enredaderas... y ver pasar mi próxima cita (el que no se consuela es porque no quiere... jajajaj). Otro tío bueno que esta vez va en un jeep blanco de esos 4/4 despacito, con el codo ya sacado por la ventanilla y brazo en alto para saludarme al pasar cerca de mi; saludo al que yo correspondo cada día. De este sé menos, solo que es español, el pelo un poco cano, unos cuarentaytantos y siempre va en la misma dirección y a la misma hora (por la mañana no sé a qué hora pasará, será cuestión de vigilar). El último del día en pasar, con el que también me saludo, es un deportista, moreno, más joven que los otros y que ya viene casi exhausto, con la camiseta mojada, (lo cual indica que vivirá más lejos); cuando llega a mi altura, a penas si le quedan fuerzas para estirar el brazo en un saludo. El sol se pone, corro al este hasta el lugar más alto para verlo desaparecer por el oeste, he de escoger los sitios para que no me molesten los árboles. Esta visión me pone un poco más triste que el amanecer, llena de encanto... pero... ¡otra vez la noche!, ¡la soledad de amor!. Doy un último y largo paseo y con las primeras estrellas me dispongo a cenar. Como no hay luna, me armo de valor y salgo a la oscuridad, el espectáculo del cielo estrellado es incomparable a cualquier otro y puede más que mi miedo a la noche, así reconozco a la Osa Mayor, a Casiopea, Osa Menor, etc. (tengo que darme un repaso), la próxima vez me traigo el Planisferio que me ha comprado Emilio. Entre el día 10 y 12 será la lluvia de estrellas, espero estar allí para poder verlas ( voy a ver si lo arreglo con mi hija).

El sueño me invade, subo a la cama, ¿habrá alguien esta noche?.

Estoy madurando.