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Verdad son los sueños mientras duran, pero, ¿qué es vivir sino soñar?

                             Alfred Tennyson

Hacíamos castillos en la arena. Una playa solitaria en la que repetidas veces habíamos hecho el amor. Y, tras una siesta en la toalla al cobijo de paradisíaca playa de Almería donde se cumplen los sueños la sombrilla, nos habíamos despertado con ganas de recordar cuando niños jugábamos a hacer construcciones que luego derrumbábamos tirándonos sobre ellas.

Carlos y Ernesto se acercaban paseando por la orilla. Eran amigos de la infancia. Todos veraneábamos desde entonces en este pueblecito de la costa almeriense donde nos conocimos y en la que surgió el amor entre Enrique y yo.el amor eterno... ¿es para siempre?

Nos habíamos comprado una casita para refugiarnos y huir de la ciudad. No había paseo marítimo, la arena casi entraba en el porche. Las barcas de los pescadores reposaban frente a nosotros. El olor de mar se introducía por las ventanas y llenaban los pulmones limpiando la polución que se posaba en ellos con los humos de la gran urbe.

Enrique besaba mi mejilla y bajaba hasta la comisura de los labios con ese encanto suyo que me hacía estremecer.

Carlos saludó al aproximarse. Y, con un afable desparpajo, nos contó que vendían una casa cercana a la nuestra, con jardín en el que podrían plantar sus verduras. Se conocieron también en esta playa y desde entonces no se han separado. Siguen solteros y nunca hemos preguntado ni tan siquiera averiguado si su relación va más allá. Es algo que salta a la vista. Se les ve felices.

Enrique y yo les animamos a comprarla, serán buenos vecinos y yo me ofrecí a hacerles todas las gestiones oportunas. Sus vacaciones estaban a punto de concluir y a mí me quedaba todo el verano por delante.

Comenzaban a llegar los demás veraneantes, pronto la playa se llenó de colores. Las sombrillas y toallas extendidas por toda ella simulaban un arcoiris que  protegiese de la bravura de las olas.

Ernesto nos contaba sobre su trabajo, lo habían ascendido a Director General. ¡Quien lo iba a decir!, un chiquillo endeble y enfermizo al que sus padres traían al mar por prescripción facultativa. Llegaba siempre lloroso, los ojos rojos e inflamados, casi no podía respirar, la alergia no le dejaba vivir.

Pero la profesión de su padre le impedía cambiar de residencia. Él pasaba grandes temporadas alejado de ellos y al cuidado de una familia a la que él mismo llamaba “mis aerosoles”.

El olor de la plancha del bar de Pepe nos llegaba con el viento (una brisa, que acababa de levantar, nos invitaba a acercarnos a la barra).

Pepe era uno de esos hombres buenos del mar. Se levantaba temprano, echaba su barca y luego nos ofrecía el producto de su pesca y la de los otros lugareños.¡a la rica gamba de Garrucha! Nunca he probado un pescado más fresco (acompañado de un buen vino del lugar). Nos deleitábamos con los surtidos del día y rematábamos con la paella hecha por su mujer en una lumbre de leña.

Nos despedimos hasta un próximo fin de semana largo. Ellos ya tenían que volver.  

La brisa de la mañana me hizo despertar. El primer rayo de sol se introducía por la ventana dándome en los ojos.

Ni rastro de ser humano. Ni la fuerte respiración de Enrique rompía el encanto de un momento que estaba a punto de finalizar.

Un estruendo acabó de sacarme de mi sueño. Las máquinas excavadoras estaban haciendo su entrada. Habían vendido todas las casas cercanas a una inmobiliaria.

El paseo marítimo iniciaba su construcción. El bar de Pepe, cerrado desde hace tiempo, se caía a pedazos. Un complejo hotelero comenzaba su aposento.

Se hacía tarde, el notario esperaba con los papeles de la venta. El camión de la mudanza estaría al caer.

Una sinuosa sinfonía de colores, sensaciones y olores, estaba a punto de llegar a su fin orquestada por la destructora varita ¡como me llamo Merlín, que yo saco dinero de aquí! de un mago implacable.                        

En esta vibrante obertura que había durado media vida, sonaban acordes de marcha fúnebre zambulléndome en una liviana melancolía.

Hace tiempo que Ernesto volvió con sus padres. La alergia había vuelto a hacer su aparición reforzada por las pocas ganas de vivir. Carlos se fue con una chica que conoció un último verano.

A Enrique le han salido canas. Mis primeras arrugas hacen su aparición....            ¡¡¡silennncio, dejadme soñar!!!

¿Por qué los sueños solo viven en nuestro interior.....?

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